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El ascenso de Silicon Valley: ¿Pueden los magnates tecnológicos decidir el futuro político de Estados Unidos?

La influencia de Silicon Valley en la política estadounidense ha alcanzado niveles sin precedentes, con la industria tecnológica ahora posicionada como uno de los grupos de presión más poderosos del país.

Una muestra clara de este poder ocurrió cuando Katie Porter, representante del condado de Orange en California y candidata al Senado, fue el objetivo de una brutal campaña orquestada por un súper PAC pro-tecnología llamado Fairshake. Este grupo, financiado principalmente por empresas tecnológicas vinculadas al mundo de las criptomonedas, gastó millones de dólares en anuncios que arruinaron las posibilidades de Porter en las primarias demócratas.

La campaña de ataque contra Porter, quien había mantenido una postura neutral respecto a las criptomonedas, fue solo un ejemplo del creciente poder de Silicon Valley en el ámbito político. El objetivo no era simplemente derrotar a Porter, sino enviar un mensaje claro a todos los políticos: si te opones a los intereses de la tecnología, sufrirás las consecuencias.

La situación de Porter fue recogida por Charles Duhigg en un ensayo de 9.000 palabras publicado en The New Yorker.

El poder de intimidación de Silicon Valley

Fairshake y sus afiliados han recaudado más de 170 millones de dólares para gastar en las elecciones de 2024, convirtiéndose en uno de los grupos de presión más poderosos del ciclo electoral, superando a otros súper PACs que apoyan a figuras como Donald Trump o buscan ayudar a los demócratas a recuperar el control del Senado.

Este flujo de dinero ha demostrado que Silicon Valley no solo tiene los recursos para influir en la política, sino también la determinación de usar su poder para intimidar a los políticos que no apoyen sus causas, especialmente en relación con la regulación de las criptomonedas.

El caso de Porter fue emblemático. Aunque no había tomado una posición firme sobre las criptomonedas, Fairshake decidió atacarla, calificándola erróneamente de “muy anti-criptomonedas” y lanzando una serie de anuncios que no mencionaban directamente la tecnología, sino que, según Duhhig, la difamaban con acusaciones falsas. El mensaje era claro: cualquier político que se atreva a desafiar los intereses de la tecnología, o que incluso se perciba como una amenaza, enfrentará consecuencias devastadoras en su carrera política.

Un mensaje que resonó a nivel nacional

La derrota de Porter, cuenta Duhhig, tuvo un efecto dominó. Políticos de Nueva York, Arizona, Maryland y Michigan rápidamente emitieron declaraciones a favor de las criptomonedas y votaron a favor de proyectos de ley pro-tecnología.

Este cambio en las actitudes políticas mostró que el poder intimidatorio de Silicon Valley había logrado su propósito: inspirar miedo y sumisión en Washington. La industria tecnológica estaba enviando un mensaje claro de que quienes se atrevan a oponerse a sus intereses podrían ser arrasados políticamente.

El impacto de Silicon Valley en la política ya no es solo local. A medida que las grandes empresas tecnológicas crecen en poder e influencia, sus tácticas para moldear la política a su favor han adquirido proporciones nacionales, afectando desde elecciones municipales hasta disputas en el Senado.

Esto se debe en gran parte al dominio financiero que poseen y a su capacidad para movilizar vastas sumas de dinero en campañas políticas, lo que les permite influir directamente en decisiones regulatorias y legislativas que afectan a todo el país.

Silicon Valley como fuerza política

La industria tecnológica, que en un tiempo veía la política con indiferencia, ahora ha comprendido que ignorar el poder político es un riesgo existencial.

Las regulaciones gubernamentales, como las que intentaron frenar a empresas como Airbnb o Uber, han empujado a las compañías tecnológicas a involucrarse profundamente en la política.

Chris Lehane, un maestro de las “artes oscuras” de la política, ha sido uno de los artífices detrás de la evolución de Silicon Valley en una fuerza política formidable. Bajo su dirección, Airbnb derrotó con éxito a la Proposición F en San Francisco, lo que marcó un punto de inflexión en cómo la tecnología usa el dinero y la estrategia política para vencer a sus oponentes.

Hoy en día, la estrategia de Silicon Valley para dominar el escenario político se ha perfeccionado, y el caso de Porter es solo la última manifestación de este poder en ascenso.

La pregunta ya no es si Silicon Valley puede influir en la política estadounidense, sino hasta qué punto. Con un poder financiero masivo, un conocimiento estratégico de cómo intimidar a sus oponentes y la capacidad de influir tanto en demócratas como en republicanos, la industria tecnológica se ha convertido en una de las fuerzas políticas más poderosas de Estados Unidos.

La victoria de Adam Schiff en las primarias de California, en gran parte gracias al apoyo de Fairshake, es un claro ejemplo de cómo Silicon Valley puede inclinar las elecciones a su favor.

Si bien Silicon Valley solía mantener cierta distancia de la política electoral, ahora se ha convertido en un actor clave con la capacidad de influir en contiendas de alto perfil, moldear las regulaciones y, potencialmente, decidir el futuro del Congreso y de la presidencia de los Estados Unidos.

¿Puede Silicon Valley poner un presidente?

Con su vasto poder financiero, la pregunta legítima es si Silicon Valley puede influir directamente en la elección del próximo presidente de los Estados Unidos.

Las campañas de criptomonedas y los súper PACs tecnológicos han demostrado ser una fuerza tan poderosa como los grupos de presión más tradicionales, como los de la industria del petróleo o la farmacéutica. Si bien la política tecnológica ha intentado mantener una postura no partidista, la amenaza que representa su poder de intimidación es palpable.

A medida que avanzan las elecciones de 2024, será crucial observar cómo la influencia de Silicon Valley continúa remodelando el panorama político estadounidense y si esta fuerza tecnológica está dispuesta y es capaz de poner a uno de los suyos en la Casa Blanca.

La tecnología ya ha aprendido a dominar Wall Street, y ahora está claro que ha aprendido a dominar Washington también.